por Ricardo Rivas
El Papa Francisco, líder de la Iglesia Universal, y Xi Jinping, presidente de la República Popular China, llegaron a la máxima jerarquía en sus organizaciones, casi simultáneamente. El religioso argentino, sacerdote jesuita, es el Vicario desde un día antes que lo fuera el chino Jefe de Estado. Con sus miradas puestas en el mediano y largo plazo, ambos proyectan de cara al futuro. Xi, de cara a 2050, con objetivos claros y definidos.
Los dos, desde entonces, se ubican entre los pocos habitantes del poder global con poder de decisión y ambos han generado cambios sustanciales en las sólidas y conservadoras estructuras que guían y llaman la atención de coincidentes analistas.
Francisco -categorizado por numerosos religiosos como cercano a la Teología del Pueblo que en la Argentina emergiera como una derivación de la Teología para la Liberación a partir de las reflexiones de un puñado de teólogos entre los que se encuentra el jesuita Juan Carlos Scannone que, como el Pontífice hace suya la “opción preferencial por los pobres”- abrió la puerta a los cambios a partir de la reivindicación respetuosa de las diferencias enriquecedoras de la otredad a la que concibe positivamente y, desde una ejemplificación geométrica que siempre pregona en procura de la comprensión, concibe al pueblo como un “poliedro” en el que cada cultura tiene algo para aportar al todo.
Xi, un militante revolucionario desde su juventud, padeció la Revolución Cultural y, como consecuencia de ella, fue enviado al campo –como otros 16 millones de jóvenes- para ser “reeducado” hasta que en 1974 se unió al Partido Comunista de China (PCCh).
Desde entonces, inició la carrera política que lo condujo simultáneamente hasta la Presidencia del Imperio del Centro, de la Comisión Militar que férreamente comanda al Ejército de Liberación Nacional o Ejército Rojo y, a la Secretaría General del PCCh.
Mientras que a poco de asumir, Francisco en Brasil convocaba a los jóvenes a hacer “lío”, a “salir a las calles” y los exhortaba para que la Iglesia “no sea una ONG”; Xi, puso fin, ocho meses más tarde de ser Presidente, a la política del hijo único que rigió la vida familiar de chinos y chinas a lo largo de 35 años. Fue, quizás éste, el primero de los pasos hacia el “socialismo con peculiaridades chinas” que durante las más recientes sesiones de la Asamblea Popular Nacional otorgaron a Jinping (su nombre de pila) el poder político suficiente para cambiar su país.
El Vaticano y Beijing, se expresan en coincidencia en la necesidad de proteger el medio ambiente, de trabajar intensamente contra la corrupción, de atender a la diversidad, de procurar la eliminación de la pobreza, en pos del desarrollo sostenible…
En procura de comparaciones estadísticas, es relevante conocer que Francisco guía una Iglesia Universal a la que adhieren más de 1.250 millones de personas en el mundo, según el Anuario Estadístico de la Iglesia Católica lo que representa casi el 18% de la población global; y que Xi, preside un país con más de 1.395 millones de habitantes, aproximadamente el 19% de quienes habitan la Tierra.
Los dos son los nuevos –por llamarlos de alguna manera- en el armado del poder global y se elevan por sobre la decadencia o falta de líderes con peso indiscutido, evidentes, en algún lugar de la Aldea Global. Tal vez, sean los necesarios ambos, ante tanta mediocridad, con sociedades en crisis, que orillan lo caótico e ignoran lo diverso.
Algunos intelectuales relevantes perciben la situación y lo expresan. De hecho, Jesús Martín-Barbero, el 24 de noviembre de 2014, dijo a Washington Uranga en Página 12, “creo que actualmente este mundo está tan fuera de órbita que solo un regreso al caos nos va a permitir reinventar la sociedad. Reinventar una sociedad con capacidad de acoger toda la diversidad que hoy existe en este planeta, toda la diversidad de sensibilidades, de chancearon, de inventiva, de tipos de esperanza, toda la diversidad narrativa que hay hoy, la explosión narrativa de los jóvenes. Entonces, nuevamente, bienvenidos al caos.”
En tiempos de redes y de comunidades reticulares, con enormes posibilidades técnicas para la comunicación y marcadas evidencias de incomunicación social, Zygmunt Bauman –constructor en 1999 del concepto de sociedad líquida- dijo a El País que por estos tiempos en los que la idea de lo colectivo parece decrecer “tú tienes que crear tu propia comunidad”, advierte que “no se crea una comunidad” porque “la tienes o no” y sostiene que “lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto” aunque “no” es lo mismo porque “la diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti”.
En ese contexto, Bauman señala que “puedes añadir amigos y puedes borrarlos” en las redes sencillamente por lo que “no necesitas habilidades sociales” como las que “desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable” lo que exige “involucrarte en un diálogo”.
“El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta”, destaca Zygmunt Bauman y ejemplifica con ello para explicar que esa actitud papal: “Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú” y que, “las redes sociales no enseñan a dialogar”, en tiempo de soledad creciente por lo que “mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara“.
En coincidencia, Francisco y Xi –sigilosamente- aparecen como creadores de estructuras de poder hacia el interior de sus organizaciones en línea total con sus formas de ver y analizar la realidad en procura de cambios.
Tal vez, el “lío” que demanda Francisco y “las peculiaridades chinas” que Xi añade al socialismo en procura de la “sociedad armoniosa” con “todas las etnías” sean puntos de coincidencia.
Como los que comparten –probablemente desde el pragmatismo- los dos líderes en lo que tiene que ver con la relación sino-vaticana formalmente inexistente desde 1951.
El intelectual argentino José María Poirier –director de la revista Criterio- destacó en el transcurso de una entrevista que “en la mira de Francisco está China” –como lo publicó La Capital semanas atrás y puntualizó que “en las tratativas entre la Santa Sede y Beijing están empeñados sus mejores hombres, sus grandes diplomáticos, como los cardenales Claudio Celli y Pietro Parolin“.
Poirier, luego de admitir que “ese es un tema del que se sabe poco y nada porque tanto la diplomacia vaticana como la china son cerradísimas” opinó que “Bergoglio, por su formación jesuítica, puede adaptar los principios a la realidad… puede discernir entre el mal mayor y el mal menor”, entiende cuando “no hay opciones” y, en ese contexto, “sabe que en China no hay libertad pero, está jugando las libertades posibles que él puede consensuar con el Gobierno (de ese país asiático) en favor de la Iglesia”.
Francisco, describe Poirier “no es un principista” y, en línea con ello, piensa y actúa “en China, donde la Iglesia Patriótica estaba en una posición casi cismática con la Iglesia Ortodoxa de Roma, dice ‘no importa. Que los nuestros (los obispos nombrados por el Vaticano) de un paso al costado y admitamos a nombrados por el Estado“, lo que ha generado múltiples críticas.
Si bien, los cálculos son imprecisos, no son pocas las estimaciones coincidentes dan cuenta que “China, en 2030” puede ser “el país con más cristianos en el mundo“. Francisco, seguramente lo sabe y piensa en ese futuro.
Xi, en el frente interno chino ha recibido tantas críticas como Francisco como consecuencia de las profundas reformas que generó e impuso en la organización política y administrativa de esa nación asiática.
Todo ha sucedido en un quinquenio. La historia reciente y los días trascendentes que corren pareciera que tienen su epicentro en Asia. Los cambios profundos que marcarán la marcha del Planeta hasta la mitad del Siglo XXI asoman desde el Oriente Lejano.
El Papa Francisco y el presidente chino Xi Jinping -con diferencias y coincidencias- creyente el primero y supuestamente ateo y materialista el segundo, tal vez por el vacío de liderazgos, ideas y soluciones que se perciben en otras latitudes, juegan juntos desde hace ya cinco años.
Tal vez, se trate de una relación tan pragmática como borgiana y no los una el amor sino el espanto.
(*): Periodista. Vicepresidente de la Unión Sudamericana de Corresponsales (UNAC). Miembro del Instituto de Periodismo Preventivo y Análisis Internacional de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).